Con Transantiago, esperar varios minutos para subir a un bus y poder llegar temprano a los lugares de trabajo es algo cotidiano y ya del diario vivir de todos los habitantes de la capital que desean movilizarse en las mañanas. En las tardes, esta situación no cambia; incluso se puede decir que el cansancio del día no hace más que aumentar las ganas que pase luego la locomoción que los llevara de vuelta a casa para poder descansar.
Si estas esperas, que pueden llegar en ciertos puntos de la capital a ser de más de media hora se hacen eternas, durante la noche la situación se complica más aún y la incertidumbre de cuanto tiempo se deberá esperar hace que la paciencia de cualquier persona se agote.
Cuando son cerca de las nueve de la noche y aun queda mucha gente que desea llegar a sus casas, las frecuencias entre un bus y otro se hacen más largas y muchas veces hablar de media hora es la mejor situación. Esperar una hora o un poco más se hace algo cotidiano para quienes salen más tarde y no tienen más que los buses de transantiago para poder desplazarse, ya que el “saturado” metro, ya ha cerrado sus puertas.
La combinación de elementos que se da en las noches genera una situación agotadora y tensional; lo que hace que el estar sentado viendo si llega el recorrido que los acerca a sus hogares, no sea sino que una espera incierta de en cuanto tiempo más se podrá descansar.
miércoles, 21 de marzo de 2007
Una espera incierta
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